DEL DISCURSO AL DESEO: ¿A QUÉ JUEGA VILLEGAS?

Óscar Villegas asumió como técnico de la Selección boliviana con los pies en la tierra y el discurso claro: esto es un proceso a largo plazo, sin promesas de Mundial. Sin embargo, nueve partidos después, y con altibajos que reflejan más ilusión que evolución, el técnico desliza la posibilidad de clasificar a 2026. ¿Cambio de rumbo o presión del entorno?
Cuando el técnico tomó el mando de «La Verde» en julio de 2024, fue tajante: “No creo que estén pidiéndome que les mienta”. En esa línea, aseguró que el objetivo no era el Mundial, sino preparar seriamente cada partido. Fue un baño de realismo necesario, sobre todo en un fútbol boliviano atascado en la mediocridad estructural y huérfano de visión dirigencial.
El mensaje fue coherente durante los primeros meses. En octubre, incluso antes del partido con Colombia, reafirmaba: “Ya no hablamos de Mundial, hablamos del siguiente partido y nada más”. Pero bastó una ráfaga de buenos resultados —triunfos ante Venezuela, Chile y Colombia— para que el tono comience a virar.
Poco a poco, el discurso técnico dio paso al político, ese que busca complacer a un país hambriento de gloria.
En marzo de 2025, Villegas dejaba caer una frase que marcó el giro: “Quiero pensar que Dios permita que podamos llegar al Mundial”. Y en junio, antes del cotejo clave ante Venezuela, insistía: “Si al final de este cotejo existe la posibilidad de clasificar, lo haremos”.
Un deseo legítimo, sí, pero que contradice abiertamente el punto de partida de su gestión: no cargar mochilas pesadas a un grupo aún en formación.
Porque si algo dejó claro el entrenador en sus primeras intervenciones fue que Bolivia apuntaba a un proceso de diez años. Bajo esa lógica, lo importante no eran los resultados inmediatos, sino la consolidación de una identidad, la evolución de un equipo joven y la siembra de una cultura de competitividad.

Hablar ahora de clasificación —aunque sea con matices— desvirtúa esa lógica y expone un peligroso cortoplacismo, el mismo que ha condenado a Bolivia en eliminatorias anteriores.
Los números son fríos: en nueve partidos al mando, Villegas sumó 11 puntos de 27 posibles. Ganó tres, empató dos y perdió cuatro.
Si bien el 4-0 sobre Venezuela, el triunfo en Santiago y ganarle a Colombia fueron sorprendentes y revitalizantes, la goleada ante Argentina, la caída ante Ecuador, perder en Perú, los empates en casa con Paraguay luego Uruguay y finalmente lo sucedido en Maturín; devuelven al equipo a la dura realidad.
Además, preocupa la manera en que se sigue infantilizando al jugador boliviano. Villegas sostiene que Miguel Terceros, Robson Matheus o Villamil son jóvenes en formación, cuando en otras latitudes, futbolistas de 18 o 19 años ya cargan selecciones enteras sobre sus hombros. España lo demuestra con Lamine Yamal. Aquí, en cambio, jugadores de 24 años siguen siendo tratados como promesas.
No se cuestiona el compromiso de Óscar Villegas ni el trabajo invertido. Tampoco se niega que el fútbol —como la vida— permita soñar. Lo que se pone en duda es la consistencia del mensaje. Cambiar el discurso cada tres fechas alimenta la ansiedad nacional y vuelve a repetir el viejo vicio de vender espejismos.
Si esto es realmente un proceso, entonces que se sostenga como tal. Porque lo que necesita la selección boliviana no es aferrarse a un milagro clasificatorio, sino construir —con paciencia y honestidad— los cimientos de un proyecto serio, alejado del exitismo.
Y en ese camino, el primer paso es sostener la palabra.